domingo, 6 de febrero de 2022

Paz en tu boca


Un susurro al paisaje

A la altura del alma

En lo profundo del Delta

Amarrado a la vida

Esperando en el tiempo

A que pasen las alas

Del espacio inocente

De tu risa enclavada

El humor de tu boca

El olor de tus labios

Una garza en mi frente

Un anzuelo perdido

La maleza en el agua

Y en el cielo el río.

No hay memoria en mi presente

Mi futuro que altere

Este momento de mis días

El tesoro de la tarde

“Los días del abandono”

Son más felices sin tu ausencia

Y ahora en tu presencia

Respiro y no me ahogo.

En la popa tu garganta

Pronuncia la palabra

Que aleja a los demonios

PAZ de forma seca

PAZ de forma recta

Pero vuela hacia la proa

Y no se agota

Se dilata en el lenguaje de A.

lunes, 30 de agosto de 2021

Lovelovelove

 ¿Qué es amar? 

¿Qué es ser feliz?

Cada vez estoy más convencida de que amar es entregarse completamente, estar abiertos y desprovistos.

Amar es soltarse y abandonarse.

Amar es desaparecer en un otro. 

Sin pedir nada a cambio. Ser pobres y confiar en la providencia (en este caso providencia de las emociones).

Amar es darlo todo y dejar de ser. Para que el otro sea. 

Qué mundo perfecto sería éste si todos amáramos de esa manera.

Hace poco aprendí que lo contrario al amor no es el odio, sino el miedo. Y todavía estoy tratando de entenderlo.

Llueve en Palma de Mallorca y llueve también en mi corazón. Los últimos días de un verano caluroso me regalan gracias en mi alma que quiere ser cada vez más pobre, más insignificante, más la nada misma. Para que Él lo habite todo, para que Él hable a través de mí, para que Él sea sin que yo sea.

¿Se puede en la maternidad? ¿Se puede en el matrimonio? No, si Él no está. Pero si Él habita y toma las riendas se puede todo. 

No estoy sola nunca. Si lo llamo Él llega, aunque no siempre pueda sentirlo, pero mi confianza me dice que Él siempre está. 

Siempre me dicen que tengo que buscar qué quiero hacer de mi vida, con mi tiempo libre cuando Amadeo crezca, qué tengo para darle al mundo. Y yo ahora respondo: quiero desaparecer en el que me necesita. En mi casa, en la cocina, a la hora del baño, en la cena, en el supermercado, en la calle, en donde sea, en cada instante, en cada detalle. 

martes, 9 de febrero de 2021

permeable


foto de G Kopp

Ayer leí una reflexión sobre la palabra "permeabilidad" que me gustó bastante, primero porque venía de una vieja compañera de la secundaria que me hizo pensar en ella, y segundo porque me gustó la conclusión: "Es lo que aparece cuando bajamos la guardia", escribía MP en su cuenta de instagram.

Lo leí anoche antes de dormirme y hoy me desperté pensando en la permeabilidad de un niño. Porque, ¿a partir de qué momento empezamos a "ponernos en guardia"? No puedo evitar pensar en la permeabilidad de Amadeo desde que nació. Enseguida pensé que toda su personalidad futura depende en gran parte de todo lo que fue recibiendo en todo su organismo permeable, sin defensas o herramientas para elegir "a esto le soy impermeable" o "repelo esto que me dicen", por decirlo con otras palabras...

Todo lo que le sucedió a Amadeo en sus primeros días, semanas, meses y años (hoy recién tiene tres) sin duda ES lo que Amadeo hoy manifiesta. Algunas cosas inevitables (contexto social, viajes que tuvimos que hacer, mudanzas, etcétera) y otras -la mayoría- completamente subjetivas y relativas, consecuentes a mi estado de ánimo, a mi paciencia, a mi cansancio, a mi compañía. 

Más allá de su energía vital y de los astros que marcaron su existencia en el momento de su nacimiento (que también son consecuentes a mi historia de vida), la personalidad de Amadeo se va gestando en mi propio acontecimiento. Me refiero a ese acontecimiento minúsculo que se desarrolla minuto a minuto, hora a hora, día a día. No más que eso. Y después, claro, el resultado de todo eso, que no es más que un resultado. 

Cuando iba por el segundo o tercer mes de vida de Amadeo mamá me dijo algo que me marcó para siempre: "Vos solo tenés que pensar en el día de hoy, pasarlo sin pensar en el futuro, mañana será otro día, hoy pensá en pasar este día". Como una pequeña cuenta en un collar, que al final lo es todo. Sostengo la cuenta entre mis dedos sin que me importe el resto, la amaso, la toco, le doy vueltas para un lado y para el otro... 

Así me entregaba cada día a Amadeo, solo pensando en satisfacer cada uno de sus minutos, sin darme cuenta de que me entregaba entera a ese ser chiquitito que dependía ciento por ciento de mí, de mis brazos, de mis tetas, de mis oídos, de mis ojos, del tono de mi voz, de mi cansancio o de mi vitalidad. No era mía su vida, era de él y yo solamente tenía que mantenerla viva... ¿Solamente? 

Desde el momento que lo sacaron a Amadeo de mi panza, desde que lo pusieron sobre mi cuerpo para que reptara con su cabeza hasta encontrar el olor de la leche, me invadió un sentimiento nuevo e inesperado: Él no me pertenece. Claro que es mi hijo, ¿pero lo amo? ¡Claro que lo amo! ¿Pero qué amor es este? 

No es romántico, no es meloso, no es de posesión (bueno, no creo que eso tampoco sea "amor"). Esto era diferente, era un amor salvaje y de instinto, que se iba construyendo en las horas y que me decía "cuidalo, porque no es tuyo, es de él mismo pero solo será si vos lo cuidás, si vos le das, si vos te doblegás a su pedido vital, a su llanto latente, a su reclamo genuino, a su existencia entera en potencia absoluta, a toda su PERMEABILIDAD".

Como un cuenco vacío que se va llenando. Ese era Amadeo en mis brazos. Y se llenaba de mi historia, de mi llanto, de mi ser que se rompía a pedazos sin que me diera cuenta. Entre mi leche, entre mis cantos, entre los saltos para que se durmiera, entre mis risas. Amadeo era permeable a todo mi ser desnudo, a mi honestidad absoluta, cruda.

Y en esa ruptura de todo mi ser, de todo mi cuerpo, iba creciendo la sabiduría de mis ancestros, perdía la memoria del día a día y nadaba en la confusión del tiempo ordinario. Algo nacía en mí mientras Amadeo ganaba forma y tamaño. Mis dientes se afilaron y mis uñas se volvieron garras. Mis ojos se pusieron oscuros y mi torso de ensanchó. Loca parecía. Y loca me sentía cuando miraba para afuera. Cuando olía el peligro o la indiferencia, cuando escuchaba el sonido de la desconexión o de los juzgados sociales. 

Yo también me había vuelto permeable a Amadeo, él me había convertido en la mujer lobo. Mamá loba para él, mujer loba para el mundo. 

Todavía no estoy segura del resultado de esta doble permeabilidad que sin duda tuvo un precio muy alto. Pero sí sé que soy fuerte. Que en el mar de la soledad que te deja la maternidad cuando se quiere vivirla en serio, uno se hace extrañamente fuerte, porque no es una fortaleza dura, sino blanda, amorosa, palpable, una fortaleza flexible y permeable, una fortaleza sabia que ya no tolera el control, la injusticia, la apatía, la frialdad ni el miedo; que ya no soporta la fortaleza falsa de lo impermeable. 

(Todavía me acuerdo de mi imagen tratando de explicarle a un tío y al marido de mi prima por qué Amadeo -de siete meses- dormía conmigo... "porque somos mamíferos y la cría necesita a su madre al lado para descansar tranquilo sabiendo que los depredadores no pueden lastimarlo" y sus carcajadas y burlas siguen grabadas en mi cabeza. Creo que más de uno también se reiría. Hoy Amadeo sigue durmiendo a mi lado y los depredadores siguen lejos de nosotros, ya no nos pueden hacer daño.)

viernes, 5 de febrero de 2021

Dicen que Jesús vino a anunciar que el Reino de los Cielos está en esta Tierra. Pero también habló de una Casa donde habita el Padre y donde él tiene reservada para cada uno una habitación para vivir eternamente felices. "Ni ojo vio ni oído oyó lo que Dios tiene reservado para los que le aman" (de una de las Cartas a los Corintios).

Desde chiquita me deleito pensando en la vida después de la muerte. Nunca desconfié de esto y no entiendo cómo alguien puede vivir acá en la Tierra sin creer en la Nueva Vida. ¡Sí! Donde todos volvamos a encontrarnos, jóvenes, perfectos, sin molestia alguna, sin ninguna queja, sin ninguna añoranza, sin pensar en el pasado ni en el futuro.

Siempre soñé con estar rodeada entre pájaros, tigres, leones, osos, gatos, perros, patos, peces koi, tortugas, conejos, ardillas y ratones, arañas, abejas, vacas y cerdos, ovejas y toros, gallinas y elefantes. Donde todos pudiéramos convivir juntos, sin miedos, sin hambre, sin sed. Sin necesidad de devorar a otro. Sin cadena alimenticia. Recostada en un pasto frondoso, debajo de un Tilo grande y perfumado, riendo con mi amiga K, apoyando mi cabeza sobre la melena del león, escuchando un ruiseñor sobre la rama y dándole las gracias por la compañía. Inflamados de amor. Revestidos de paz. Para siempre. Esperando las lunas para ver las estrellas. Abrigándonos sin frío de un sol que no quema.

Eso fue lo que nos prometieron los profetas. No lo invento. Solo lo escucho, lo leo y lo recreo en mi mente. Que ya no es fantasiosa, no como cuando tenía siete. Ahora tengo 40 y mis pies están sobre esta Tierra, sobre este presente. Amamantando de noche, tiñéndome las canas de día. Atravesando las horas y buscándolo por todos lados. A Él que vino a salvarnos de nuestras miserias, que vino a darle risas a nuestras lágrimas, que vino a calmar nuestras angustias y a ser compañía en nuestra soledad.

Lo miro en el retrato creado por Faustina y trato de imaginármelo parado a los pies de mi cama, cuando todos duermen. Trato de sentir un rayo azul entrando por mi pecho, un rayo morado entrando por mi cara. Trato de ver sus ojos y escuchar su voz. Que lleno de amor me dice "Angie". Y yo le contesto "Acá estoy, ¿cómo sigo?".

Mi peor miseria está en mi mente y mis pensamientos, y en mis ojos cuando ven mi corazón repleto de tumores negros. ¿Cómo sanarlo? Mi miseria está en mis miedos y en mi falta de confianza. Si yo no soy nada, y dejo constantemente que manejes mi barco, ¿por qué no sonrío y me dejo llevar, sabiendo que el destino será mi recompensa?

La Tierra es un Valle de Lágrimas. Porque padecemos, porque nos esforzamos por obtener migajas de amor o reconocimiento, porque vemos el sufrimiento ajeno y nos compadecemos, porque nos pasan cosas feas, porque el Diablo acecha por todos lados, porque creemos que somos felices pero esa felicidad en la oscuridad de la noche se desvanece, porque nos comparamos y nos engañamos, porque nos falta alguien, porque necesitamos algo, porque no entendemos ni creemos, porque todo parece absurdo, porque tenemos miedo, porque nos atacan y nos maltratan o nos ignoran, porque somos egocéntricos, porque... 

Pero al final del día estás Vos. Que te diste y te inmolaste. Que te hiciste pan para que te comiéramos. Y en cada partícula de ese pan, hay una partícula de esa Tierra Prometida, de ese león que convive con la oveja acostados a mi lado, de ese encuentro con mi amiga que ya no está, con mi hermana, con mis hijos y sobrinos que no terminaron de llegar, con mi abuelo y con mi cuñado a quienes siempre quise conocer. En ese pan donde Vos estás entero hay partículas mías en perfecta armonía, otra vez "inflamada de amor y revestida de paz". Puedo sentirlo, puedo tocarlo, unos instantes y me alcanza para un nuevo día en este Valle de Lágrimas.

¿Será que de eso se desprende tu anuncio "El Reino de los Cielos está aquí"? ¿Cómo podías anunciarles eso a pobres, leprosos y desesperados? ¿Acaso era porque los sanabas y les devolvías confianza y fe en que, a pesar de todo, el Amor de Dios estaba desde el principio en cada uno de ellos y solamente había que dejarse amar?

Cuando yo me dejo amar por el Padre (muchas veces me olvido y me dejo sumergir por el fastidio de lo cotidiano) y de verdad me entrego entre lágrimas para que me auxilie, empiezan a aparecer los "pequeños milagros". Me siento en el banco de una buena misa (buena porque el ambiente acompaña, el cura es de esos viejitos santos que hablan humildes inspirados por el Espíritu Santo y todo el rito es un rito de entrega) y me deleito con el mejor banquete. "Me lleno de sangre azul" y me convierto en su amante por un ratito. Dejo que Él entre en cada parte de mi cuerpo, en mis glóbulos, en mis órganos, en mi piel. Canto, bailo, doy gracias. Y los pequeños milagros aparecen. Los santos me hablan. Y yo floto. Y me siento elevada entre pájaros y nubes, como si ya no fuera de esta Tierra. Mi corazón se inflama todo, mi respiración es otra, exploto de algo que no puedo expresar, pero podría dejar de existir en ese momento y no me importaría. Me desarmo en ese amor. Jesús está dentro de mí y mi cuerpo lo sabe, lo siente. Mi mente solo sirve para registrarlo. Y agrega: "No pares".

Pero para. Se detiene para que pueda salir de ahí y volver a lo cotidiano donde los pájaros me saludas y las piedras me dan paso. Para agradecerle al P. Lorenzo que con 85 años pueda tener la lucidez de decir "ser obedientes a la novedad", a lo que Dios tiene pensado para nosotros, aunque no sea lo que esperábamos. El P. Lorenzo es un santo en vida. ¿Cuántas veces tenemos la posibilidad de hablar con un santo de carne y hueso? Ese momento, ¿también es el Reino de los Cielos en la Tierra?

Y sigo después porque ahora Amadeo se despertó.